martes, 14 de mayo de 2013

La cara del optimismo y la del descontento.


El tono de los festejos oficiales fue ampliamente optimista. Gracias por el progreso económico que vivía el país,debido a su exitosa inserción en el mercado mundial como exportador de materias primas, Buenos Aires podía mostrar a muchos visitantes la cara de una sociedad moderna y a la altura de la civilización europea. La belleza de algunas zonas de ciudades, como Buenos Aires, Rosario o La PLata, las convertía en verdaderas metrópolis modernas.
La educación primaria obligatoria arrasaba con le analfabetismo, echo que se reflejó en la aparición de múltiples ediciones periodisticas, libros y revistas, que eran consumidas con avidez por una gran cantidad de lectores.
La Argentina presentaba una imagen de un país próspero y abierto a todos aquellos que quisieran vivir en ella.
Sin embargo, fue imposible disimular los problemas y las contradicciones que afloraban en la sociedad argentina y que llegaron incluso a los propios actos oficiales. Durante una función de gala en el Teatro Colón, a la que asistió el propio presidente José Figueroa Alcotra, estalló una bomba en una butaca desocupada. Este atentado coronaba una larga serie de conflictos violentos, vinculados con las protestas sociales, muchas de ellas encabezadas por los entonces muy populares militantes anarquistas.
Un año antes, en 1909, por ejemplo, durante los actos del día del trabajador (1º de mayo), la regresión policial había provocado al menos ocho muertos. Poco después, un militante anarquista, Simón Radowitzki arrojaba una bomba contra el carruaje del jefe de la policía, Ramón Falcón, provocandole la muerte. Pero, más allá de estos momentos en especial violencia, desde 1900 las huelgas y las manifestaciones obreras se multiplicaban sin cesar.

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